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Para nadie es un secreto que la universidad de hoy atraviesa un proceso de cambio y de exigencias a favor de la alta calidad en sus currículos, en consonancia con la realidad social del mundo moderno. Esta circunstancia nos obliga a reflexionar acerca del papel que cumple la creatividad como iniciativa de transformación y de la manera en que los diversos espacios de formación están llamados a cumplir con el desarrollo de la personalidad creativa de las nuevas generaciones. Todos reconocemos la importancia de la creatividad y por ello, en la necesidad de trabajar en pro de su fomento y desarrollo. Es evidente que la incentivación de ésta posee mayor arraigo en los primeros estadios de la educación y de forma paulatina comienza a desaparecer a 10 largo de la vida de los estudiantes. Autores como Frega y Vaughman (2001) explican que: El desarrollo de la creatividad es por ahora un objetivo maternal en la mayoría de las organizaciones curriculares. Porque el concepto mismo ha pagado un temible precio por su popularidad ya que ha sido diseminado hasta la instancia de cubrir prácticamente cualquier tipo de actividad que esté de alguna forma orientada a ese objetivo. (p. 26). Asimismo, es ampliamente conocido cómo en algunos ámbitos de la educación superior, la capacidad creadora de los estudiantes disminuye de forma gradual (Duarte, 1994, 1997; Duarte y Fernández, 1997; Misas, 2004; Sánchez, 2002), hecho preocupante que demuestra en buena parte que los egresados poseen menores niveles de creatividad. Al respecto, De la Torre (1999) nos advierte que "la carencia de estímulos creativos en la vida escolar difícilmente se recuperará en la vida profesional" (p. 145).